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viernes, 15 de enero de 2010

Cine familiar

Cine familiar. Al oír estas dos palabras juntas, que tanto se han devaluado últimamente, muchos tiemblan pensando en cosas como Spy Kids, Noche en el Museo y demás películas, con las que sólo se divierten los más pequeños y que generan bostezos e incluso ataques de urticaria entre los mayores. ¿No se supone que en un filme familiar, como su nombre indica, todos los miembros del clan han de divertirse por igual? Pues de eso vengo a hablarles, les comentaré lo que yo entiendo por cine familiar, es más, les citaré el mejor ejemplo existente de cine familiar.



Las pasadas navidades volví a disfrutar de esta obra maestra hasta en dos ocasiones, y ambos visionados sirvieron para reafirmar mis argumentos. Como bien señaló mi colega The Watchful Eye, la película de Batman de los 60 y que protagonizó Adam West, refleja la verdadera esencia del cine familiar o lo que debería entenderse como tal. Y es que, mientras los pequeños se divierten con Batman corriendo de un lado para otro y repartiendo estopa, los adultos se descojonan ante la sarta de incongruencias y gilipolleces argumentales, sabiamente introducidas en el guión.

Digo sabiamente porque, aunque algunos pregonen lo contrario, las mil y un patochadas que inundan esta película (y la famosa serie de televisión en la que se inspira) SON CASI TODAS INTENCIONADAS. En eso radicaba el éxito de este particular Batman que el tiempo ha calificado injustamente de cutre y hortera; cuando realmente no se tomaba en serio a sí mismo y los responsables resaltaban con alevosía la falta de presupuesto y de medios para despertar las simpatías de los adultos.


Así que no se equivoquen, esta película (y, repito, la famosa serie de televisión) tiene poco de cutre y mucho de inteligente y sarcástica. Si viéndola no paran de descojonarse, sepan que sus geniales responsables buscaban precisamente eso, que el público talludito se partiera de risa. Lo que tiene un mérito enorme y demuestra el gran talento de sus guionistas porque, en la mayoría de ocasiones, las cutradas y los errores cinematográficas sólo hacen gracia cuando surgen sin premeditación. Y Batman de 1967 está totalmente premeditada.

Si aún dudan acerca de lo que les estoy contando, adquieran este filme en DVD y escuchen los divertidísimos comentarios de Adam West y Burt Ward, de los que destaco "yo le dije al cámara que abriera el plano para que se viese bien el cable que me sujetaba" o "mirad cómo bebo leche en mi copa de coñac". Aprende, Christopher Nolan. Ya estoy tardando en descubrirle esta obra a mi sobrino de cuatro años y tener una excusa para volver a descojonarme una vez más.

lunes, 11 de enero de 2010

Experiencias metacinematográficas


Ni fu ni fa. En eso se resume mi opinión sobre Avatar. Quizá fui víctima de las expectativas, pero es que, a pesar de su alucinante despliegue visual, la epopeya de Cameron me dejó indiferente, a causa de su argumento excesivamente convencional, con nulas sorpresas para un cinéfilo mínimamente curtido. No es una película mala, en absoluto, pero sin la tecnología que la envuelve, quedaría probablemente relegada al olvido (eso sí, la chavalada en torno a los 13-14 años, la va a disfrutar muchísimo).


Pero no he venido a hablar estrictamente de Avatar. Verán, mientras degustaba sus efectos tridimensionales, rememoraba el momento más inmersivo que he vivido en un cine. ¿Saben con qué película? No se cachondeen con lo que voy a soltar. Fue con la manida Karate a Muerte en Torremolinos de Pedro Temboury.

Hace siete veranos, tres amigos le echamos pelotas y nos plantamos en el Cine Cité de Méndez Álvaro con la intención de pagar por ver en pantalla grande algo cutre de cojones. Que la experiencia fuese gratificante es lo de menos. Si por algo recordaré para siempre aquella sesión, será por la secuencia en que el monstruo Jocántaro surge de las aguas en el último tercio del filme.



Y es ahora cuando viene lo que les quería contar. Mientras mis amigos y un servidor nos destrozábamos la garganta a risotadas, se escuchaban alaridos alrededor nuestro. No recuerdo si fui yo o mi amigo Dimitri, pero uno de los dos espetó algo así: “joder, la película será cutre, pero tiene el dolby surround más acojonante y conseguido de la historia”. Dicho esto, los gritos crecieron de volumen y fueron acompañados de golpes y vibraciones en las butacas.

Estupefactos ante tal despliegue de medios, decidimos darnos la vuelta para comprobar si detrás nuestro estaba ocurriendo algo. La visión que vino a continuación quedó grabada en mi retina para la eternidad. El mismísimo monstruo Jocántaro se había materializado en la sala y estaba retozándose, saltaba por los asientos del cine y repartía latigazos a los descojonados/acojonados espectadores. Todo ello como parte de una performance sorpresa que engrandeció aquella proyección hasta el infinito y que durante unos leves instantes hizo creer a parte del público que la ficción se había fusionado con el mundo real.

Resulta increíblemente irónico y curioso que, ni con todo el dinero del mundo, Cameron lograse que yo sintiera con Avatar una experiencia similar a la que me proporcionó, aunque fuera durante tres o cuatro segundos, una de las películas más tercermundistas y baratas que se han estrenado en un cine español. Supongo que otra vez será.